ars-et-saliva
David P. Eiser
Zeitraffer
El Cerealísimo
En el centro de esta historia está: Pablo Horacio Álvarez, hijo, a quien en sus años mozos llama-
ban Don Horacio con respeto más que con cariño la mayoría de la gente que le rodeaba, y a
quien, a puerta cerrada, sólo se referían como El Gordón los que no le querían tanto. Tuvo que
aguantar el título posterior de Cerealísimo porque, como patriarca de la empresa, dominaba el
mercado de los cereales en su país.
Era de estatura media, llegaba a un buen metro y setenta con el pelo peinado hacia arriba, pero
ya pesaba 90 kilos a mediados de los veinte, por lo que era una persona muy fuerte, y en su
juventud apenas había nadie que pudiera igualarle en cuanto a fuerza. Esto le permitía imponer-
se a los demás en cada ocasión propicia, y sin largas discusiones.
Intelectualmente, por tanto, no necesitaba esforzarse mucho para ganarse el respeto a nivel
verbal. Su apariencia solía bastar para ganarse el respeto necesario por su opinión. Además,
sabía defenderse de muchos ataques intelectuales con cierta astucia innata, pero en caso de
emergencia también utilizaba sus musculosos brazos, una voz muy penetrante cuando era ne-
cesario y ocasionales arrebatos de ira, cuyo origen no siempre podía reconstruirse, de modo
que al final todos los que le rodeaban se sentían culpables de alguna manera.
Así pues, el principio de su posterior éxito en el poder se basó, por un lado, en la específica
constitución física, mental y espiritual del joven Álvarez y en la tradición de su casa y, por otro,
en la voluntad de un grupo de grandes terratenientes, ricos empresarios y una serie de vasa-
llos y «amigos» de asegurarse el afecto del hombre más poderoso de la provincia sometién-
dose a él o situandose a su sombra para participar de su poder.
A lo largo de los últimos 110 años, su familia había logrado hacerse con una parte consider-
able de las interminables extensiones fértiles de esta tierra situada entre los dos grandes ríos
y sus afluentes, de modo que, a pesar de las ocasionales inundaciones de extensas zonas,
este clan disponía de una fuente inagotable de cosechas agrícolas, especialmente de culti-
vos herbáceos, de la más alta calidad. De ahí surgió el dinero, luego la influencia y después
el poder.
El hábil manejo de la naturaleza allanó muchas cuentas pendientes, de modo que al final de
cada ejercicio económico el balance final no era nunca más que una fila entera de ceros des-
pués de una, dos o tres cifras precedentes mayores que cero. Todo en negro.
*
El niño Pablo Horacio creció protegido y guiado y, al ser el único heredero varón entre tres her-
manos, también ocupaba una posición única tanto en la jerarquía de las rutinas diarias como
en la atención que debía prestarse a su existencia como «heredero al trono». Su madre, nodri-
zas y niñeras determinaron principalmente los primeros años des su desarrollo en la familia.
Tambien su padre - Horacio padre - jugó un papel formativo y siempre se ocupó personalmen-
te de familiarizarlo con situaciones peligrosas, dejándolo «chocar contra la pared» a intervalos
irregulares, de modo que sufrió golpes y lesiones menores, cuyas cicatrices fueron testigos de
los ejercicios de endurecimiento hasta la vejez y cuya existencia presentaba irreflexiva y orgu-
llosamente en cada oportunidad adecuada. Sin embargo, le pedía que por favor no se metiera
en líos por culpa de unos rasguños. Al fin y al cabo, eso formaba parte de la vida.
*
Pero el viejo también era lo bastante justo para mostrar a su hijo los trucos que había apren-
dido a lo largo de su larga vida para reconocer a tiempo las situaciones peligrosas como tales.
«Cuando los demás aún están pensando, tú ya debes tener preparada la solución» era una
de sus frases habituales. Y - como si hubiera leído a Berthold Brecht - “Lo que no tienes, no
lo des. Lo que no te dan, asegúrate de conseguirlo”.
Adoctrinado de este modo durante casi dos décadas y alejado de cualquier adorno cultural,
sus pensamientos, palabras y obras centrados en el rendimiento óptimo en el marco de su
familia y sus negocios, este joven mediocre se convirtió en un hacedor que nunca duró mucho
tiempo fuera de su familia y sus haciendas, de modo que todos los intentos de dar a su
carácter un poco más de lustre fracasaron.
*
Aunque Horacio creció en la capital de la provincia, aprendió a conocer y amar la vida del
campo desde muy pequeño porque su padre siempre lo llevaba con él cuando visitaba los
potreros y las tierras de cultivo y a la gente que trabajaba para él. El amplio horizonte, el
cielo alto, el viento, la lluvia y el sol le parecían transformados cuando habían atravesado
en coche las interminables hileras de casas y la tierra se extendía ante sus ojos como un
mundo nuevo, diferente. Y cuanto mayor era, más atractiva le parecía cada estancia fuera
de la ciudad.
Al final, Horacio se había convertido en un hombre de campo de corazón, rehuyendo las
ciudades, que le parecían ruidosas, estrechas y sucias, y saboreaba cada día que tenía
la libertad de montar a caballo por las llanuras interminables. Nunca tuvo la ambición de
abandonar algún día la tierra de su familia para construir algo propio en otro lugar.
Quería hacer lo que hizo su padre.
Sus estudios terminaron al cabo de nueve años. Después de eso, instó a su padre a que
le permitiera formarse en la empresa. Al mayor le habría encantado que su hijo hubiera
aguantado y luego hubiera ido a la universidad. Pero no había nada que hacer, Horacio
suplicó y al final ganó.
Terminó un aprendizaje comercial y luego - oh maravilla - decidió asistir a la academia
estatal de agricultura y silvicultura durante otros dos años y medio, de la que se graduó
con un diploma, que no sólo sorprendió sino que alegró a su padre.
Sus antiguos amigos, que se volcaron en sus estudios y aprobaron un examen tras otro,
fueron incapaces de convencerle de que una educación en una universidad prestigiosa,
unos estudios amplios y una apertura a la diversidad de la vida fuera de su país también
podían mejorar sus posibilidades de encontrar una esposa adecuada, cuya influencia
no contribuyera a reducir la riqueza de la familia, pero que aportara lo suficiente por sí
misma. -
Actividades culturales como la ópera, el teatro, el cine y los conciertos permanecieron
inaccesibles para él durante toda su vida porque carecía de interés y - en lo que a la
música se refiere - porque era duro de oído. No castigaba a sus amigos y conocidos con
el desprecio por sus vidas a veces extravagantes. No, los toleraba, pero no los imitaba,
porque su interés se centraba exclusivamente en su familia, su riqueza y su poder.
*
El senior siempre había concedido gran importancia a nombrar únicamente a parientes
o al menos a amigos muy cercanos y muy buenos para los puestos más altos de su
empresa agrícola. A lo largo de su vida, supo dar a cada uno un sentido de libertad y
responsabilidad personal, lo que reforzó la lealtad de sus empleados y mantuvo su
voluntad de comprometerse con la empresa a un alto nivel.
Esto le permitió mantenerse en gran medida al margen de los problemas en los niveles
inferiores, siempre y cuando no amenazaran con desestabilizar todo el sistema. Y los
responsables daban muestras de valentía, firmeza y ausencia de miedo mientras estu-
vieran seguros de sus competencias; porque el superior era respetado y tenido en alta
estima por todos como máxima autoridad, pero en ningún caso era temido, ya que se
sabía, por la experiencia acumulada y por el rumor de los empleados más antiguos,
que sabía escuchar, sopesar las cosas, desafiar y animar con ayuda y nunca castigaba
los errores vengativamente, sino que se aseguraba de que el mayor número posible
de empleados aprendiera de ellos para el futuro.
El padre de Horacio a veces deseaba tener un hijo que reaccionara de forma menos
bulliciosa.
Hubiera preferido que desarrollara su carácter, el de su padre. A menudo se pregunta-
ba cómo podría adaptarse el comportamiento de su hijo a su idea de patriarca. Temía
que Horacio dejara de lado su actitud acomodaticia, tolerante y comprensiva ante los
problemas internos de la empresa y la sustituyera por su comportamiento robusto y a
menudo revoltoso, que ya había asustado y alejado a mucha gente. Temía que esto
pusiera en peligro la obra de su vida y que el poder y la gloria de su empresa se des-
vanecieran un día sin gloria.
Este temor desempeñó un papel importante en la decisión del senior de mantener la
dirección de la empresa en sus propias manos durante el mayor tiempo posible, para
poder mostrar a su hijo en cada oportunidad, por un lado recomendando suavemente
y por otro guiando y exigiendo, caminos que le alejaran de la confrontación irreflexiva
hacia una participación positiva y sostenible y así estabilizar el sistema sin renunciar
a la dignidad y perjudicar o incluso cuestionar la creatividad y la productividad a través
de sentimientos de vergüenza, dolor y venganza.
*
A Horacio no se le había escapado que su padre tenía una idea firme de cómo se podía
mantener el trabajo de su vida, y en el fondo estaba de acuerdo con el largo aliento de
su padre al frente del grupo. Fue capaz de inspeccionar al detalle cada rincón de la
empresa, memorizar nombres, estudiar departamentos y divisiones y adquirir un senti-
miento del funcionamiento de la empresa a través del contacto constante con todos los
niveles.
En los casos en los que carecía de experiencia, por ejemplo, en la contabilidad del
grupo o en las normas fiscales, confiaba con seguridad en las instrucciones de su
padre y de los jefes de departamento responsables. Pero con el tiempo adquirió tal
confianza en su juicio sobre las transacciones comerciales que fue capaz de com-
parar autocríticamente sus intuiciones con los hechos reales.
Aun sin tener formación universitaria en administración de empresas, alcanzó un
nivel de pericia que asombró repetidamente a su padre y acabó convenciéndole de
que confiara a su hijo el trabajo de su vida en conciencia para que pudiera jubilarse
por fin. Horacio Jr. tenía 42 años y se sentía con fuerzas para continuar la tradición
familiar.
Pilar
La vida de Horacio cambió cuando Pilar Kémper entró en la suya. Fue casi figurado,
porque le sorprendió por completo, tanto a él como a todos los que le conocían, y des-
encadenó una transformación que asombró a todos.
Pilar era hija del clan Kémper, el clan Kémper que dirigía una exitosa empresa de con-
strucción desde hacía más de cien años. Su abuelo Alfred había abandonado Europa
cuando las monarquías se derrumbaron, los estados se reorganizaron y las consignas
de lucha de clases marcaron la pauta. Como buen hombre de negocios, había conse-
guido ahorrar - metafóricamente hablando - una pequeña maleta llena de dinero y así
pudo sentar las bases de su empresa.
Se casó con la hija de un arquitecto de la capital con mucha solera y así duplicó el
número de sus clientes, lo que contribuyó al florecimiento de su empresa.
Hacía tiempo que su hijo Fernando, padre de Pilar, había tomado las riendas de la em-
presa. Estaba casado con la hija de un gran terrateniente, en cuya familia una nativa
debía de desempeñar un papel temporal, ya que Pilar tenía el pelo largo y negro, los
ojos negros y unos rasgos faciales muy característicos, que dejaban entrever un atisbo
de piel oscura.
Sus cuatro hermanos, unos más jóvenes y otros más mayores, habían encontrado un
puesto seguro en la empresa de su padre. Uno trabajaba como arquitecto, dos como
directores generales en empresas filiales y el cuarto como abogado, pero pronto se
dedicó a la política y así se aseguró contactos, encargos e influencia en la legislación
del país para consolidar la continuidad de la empresa.
Pilar, por su parte, siguió su propio camino y consiguió hacerse valer en contra de los
deseos de sus padres y hermanos, buscó una plaza en la universidad para estudiar
ingeniería y se graduó con éxito como ingeniera, encontró trabajo en el departamento
de desarrollo de una empresa de maquinaria de construcción e iba y venía entre el
tablero de dibujo y las obras para obtener ideas, comprobar ideas de optimización o
recibir comentarios de los usuarios.
No le importaba estar en un mundo de hombres. Había aprendido a imponerse en su
familia, a menudo sola frente a sus hermanos. Y a lo largo de su vida, había desarro-
llado una serie de maneras de enfrentarse a situaciones en las que otras personas
intentaban dejarle claro que debía contenerse, según el lema tácito: «¡Eso es cosa
de hombres!»
Su alto nivel de competencia social combinado con sus cualidades profesionales aca-
baron por garantizarle el respeto tanto en la oficina como en las obras, donde sus
habilidades coloquiales le granjearon rápidamente una atenta aceptación.
*
Un día, Pilar y Horacio se encontraron por casualidad en una feria de maquinaria agrí-
cola y de construcción. Horacio, que conversaba con un vendedor, la reconoció como
una sombra que pasaba, pelo largo y oscuro, gafas de sol estrechas, blusa blanca,
pañuelo azul oscuro, pantalón largo blanco, sandalias rojas de tiras, pasos rápidos...
y se había ido. Durante unos segundos perdió el hilo de la conversación. Sintió como
si un velo invisible se hubiera corrido alrededor de sus hombros y alguien tirara de él
para arrastrarle. Cuando se dio la vuelta, ya era demasiado tarde. Pilar había desapare-
cido entre la multitud de feriantes.
Aquella noche, Horacio se preguntó hasta qué punto sus pensamientos estaban domi-
nados por aquel breve momento de la tarde. Volvía una y otra vez a sus recuerdos y
era incapaz de descartar el suceso como un recuerdo pasajero, del mismo modo que
uno olvida su encuentro con un camarero en el bar o con un jornalero en el campo
cuando llega a casa. Había algo de cuento en el aspecto de Pilar, algo irreal y enig-
mático. Se preguntó por qué - en realidad, por primera vez en su vida - la figura de
una mujer le había llamado tanto la atención que ya no podía dejar que sus pensa-
mientos vagaran libremente sin volver constantemente a ella.
Mientras se dormía, se permitió soñar despierto con volver a encontrársela al día sigui-
ente. Pero no tenía ni idea de cuándo y dónde podría acercarse a ella. Pero, calculó,
tal vez ella se topara con él.
Entonces tendría que pensar en algo para atraer su atención.
*
Dos días después, mientras Horacio paseaba por la feria, la vio de repente fuera de
uno de los pabellones de la zona de stands de su empresa, hablando con un posible
cliente. Llevaba un pantalón largo negro y otra blusa blanca, esta vez adornada con
una larga cadena de oro con un medallón en la parte inferior. Se había subido las
gafas de sol, dejando su larga melena a un lado y su rostro estrecho libre.
Horacio se acercó sin vacilar, miró los equipos de trabajo, se paró delante de los
paneles informativos con interés, tocó las piezas metálicas pintadas de colores de
las máquinas y aparatos y dio la impresión de que quería saber más para poder
comprar algo si era necesario.
No perdió de vista a Pilar y a su cliente, discretamente, según pensó, para poder
acercarse a ella lo antes posible cuando saliera y entablar conversación con ella.
Por un momento se había vuelto con serio interés hacia un vehículo de orugas,
evaluando su tamaño y peso y preguntándose si podría utilizar un aparato así a la
hora de sacar del barro vehículos atascados en inundaciones en lugar de esperar
a que la riada los liberara de nuevo, cuando de repente sonó una voz amistosa
desde un lateral y Pilar le preguntó amablemente si podía ayudarle con información
más detallada. Él se volvió hacia ella y miró dos ojos oscuros, un bello rostro que
le sonreía, pensó rápidamente si debía dar una respuesta objetiva o emocional,
sonrió él mismo y balbuceó la siguiente frase: «Yo... sólo estoy pensando para
qué podría utilizar un monstruo así...»
«Bueno, todo depende de cómo sea tu entorno y de lo que quieras hacer con él.
O…?» ella le preparó el terreno.
«Tengo una hacienda», continuó, sin apartar los ojos de ella.
Ella se quedó a su lado, dándole tiempo y oportunidad para seguir explicándose.
Su postura, su voz, su carisma, todo denotaba afecto, atención, interés. Nunca
antes había experimentado esto con una mujer y se preguntaba. ¿Cómo podía
desencadenar en él semejante tormenta de emociones? ¿Que tenía ella que no
tuvieran otras mujeres antes que ella? Su curiosidad crecía y su deseo de saber
más sobre ella le dominaba por completo y le hacía hablar sólo para poder estar
cerca de ella.
„A veces tenemos mala suerte cuando vienen las inundaciones y no podemos
poner todas las máquinas a salvo de antemano. Un vehículo oruga - no tiene por
qué ser un monstruo como este vehículo de limpieza - podría ser útil“, continuó,
esperando que ella no le ofreciera la solución perfecta de inmediato, aunque con-
fiaba plenamente en que lo haría.
Pilar se dio cuenta de que no estaba muy espabilado. La forma en que se había
girado hacia ella, sus expresiones faciales, sonriente pero luego serio de nuevo,
como si estuviera pensando el siguiente movimiento, su educación, todo eso la
impresionó y lo convirtió en un cliente al que le gustaría aconsejar en esa situación.
Pero había algo más, en su mirada, en su lenguaje, en su porte. Algo que la con-
movió y la hizo seguir sonriendo.
„Puedo mostrarte una visión general“,continuó, señalando con una mano hacia la
entrada del vestíbulo.
„Tenemos una serie de vehículos oruga para todo tipo de operaciones...“, y dio
los primeros pasos, no sin perderle de vista, medio girándose hacia él. Horacio
la siguió, embelesado, hasta la entrada sombreada y el stand de su empresa.
Ella desplegó un catálogo de la compañía en una de las mesas de pie y señaló
varios modelos con la mano. Horacio miró las fotos con interés, luego dejó que
su mirada se posara en el rostro radiante de ella durante unos segundos, pre-
guntándose si debía decir algo o quedarse callado y maravillado. Pero ella no
le dio mucho tiempo y le preguntó si podía ofrecerle una taza de café o algo frío
para beber.
«Sí, café, muchas gracias», dijo Horacio aliviado, pues aquello prometía prolon-
gar su estancia. Pilar le sonrió, se disculpó por su breve salida y se apresuró a
coger la vajilla y la jarra del fondo y volver con él sin demora.
Cuando se acercó a él, su mirada recorrió la blusa y se detuvo brevemente en
el medallón, para luego subir hasta el pequeño cartel con el logotipo de la em-
presa y su nombre. Horacio se sorprendió al leer «Pilar Kémper - Departamento
de Desarrollo», lo que no pasó desapercibido para ella.
Debe de ser alguien que no puede creerse que no sólo empleemos hombres, pensó.
Levantó con cuidado el dedo índice derecho, señaló el cartel y preguntó asombra-
da si sería hija de Fernando Kémper. Su padre le había dicho que había tenido
tratos comerciales con él.
„Ni siquiera se ha presentado. ¿Quién es usted?“, preguntó Pilar, sin responder
a su pregunta.
«Oh, por favor, perdóname», se apresuró a decir Horacio con expresión preocupa-
da en el rostro y explicó que era hijo de Horacio Álvarez padre.
Pilar enarcó las cejas casi imperceptiblemente y se rió de él: „El Cerealísimo“, dijo
despacio y con énfasis. „Quién lo iba a decir. ¿O no te gusta oír eso?“.
Horacio se sintió halagado. Por supuesto, sabía que ese „título“ se utilizaba en la
prensa cada vez que se hablaba de su empresa. A él le parecía un término honor-
able, pero pensaba que la prensa debía ceñirse a utilizarlo, se llamaba Horacio.
„Pilar“, le dijo y le tendió la mano, acompañada de una sonrisa radiante y una
mirada soñadora que probablemente nunca olvidaría.
En qué me estoy metiendo, se preguntó, fijó su mirada en la mesa, cogió su taza
y bebió un sorbo de café. Pilar esperó y le miró impasible hasta que sus ojos
volvieron a encontrarse.
Ella le fue desgranando los detalles técnicos de su maquinaria, animada por algún
que otro movimiento de cabeza y la atenta escucha de Horacio, que en realidad no
estaba tan interesado en las características concretas de los vehículos oruga, pero
quería llegar a una decisión sobre la conveniencia de la compra.
Quería estar seguro. „Realmente necesita un aparato así?“, continuó. Horacio asintió
pensativo. „No lo había pensado antes, pero ahora que veo algo así aquí en la feria,
tengo que decir que debería habérseme pasado por la cabeza hace mucho tiempo.
En este sentido, la idea de tratar este tema me parece nueva y puede parecer espon-
tánea, pero tiene un trasfondo serio y - añadió con una pequeña sonrisa alentadora
- tengo la sensación de haber encontrado en usted a un empleado competente para
su empresa“. -
No se atrevió a decir nada más por el momento.
Un leve rubor recorrió el rostro de Pilar, apenas visible. Percibía claramente que aquel
encuentro se estaba convirtiendo en algo más que una simple conver-sación de negocios.
Sencillamente, se había vuelto demasiado excitante, aquel acecho del siguiente gesto,
la siguiente mirada, la siguiente palabra. Aquello no formaba parte de una consulta de
negocios. Aquel sondeo se estaba convirtiendo en algo completamente distinto de una
reunión de negocios. Empezaba a inquietarla. Sintió que estaba a punto de abandonar
el terreno conocido. Las características de la máquina, los precios, la gama de productos,
todo se desplazó de repente de su campo de visión interior a la distancia y abrió un
panorama desconocido de deseos, esperanzas y anhelos, y le hubiera gustado salir corri-
endo, al espacioso parque, para respirar hondo y ganar tiempo para pensar tranquila-
mente en lo que parecía estar gestándose en su alma.
„Me llevo estos dos catálogos, si no te importa. Y luego me sentaré con mi gente para
que nos aclaren qué necesitamos.“ Horacio hizo un esfuerzo por aparentar naturalidad.
No se sentía muy diferente de Pilar. Pero trató de evitar que la puerta amenazara con
caer dentro de la casa y salir de ella de un golpe, así que decidió despedirse de Pilar,
le dio las gracias por su tiempo y se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo a los
pocos pasos para mirar atrás. Pilar seguía de pie en la mesa alta observándole, y
cuando él regresó, no pareció sorprendida sino que más bien dio la impresión de que
le había estado esperando, y ni ella ni Horacio pudieron evitar que la pregunta de si
tal vez podría invitarla a cenar apareciera de repente entre los dos.
Pilar le miró fijamente a los ojos, no pestañeó, esbozó una pequeña sonrisa y simple-
mente contestó:
„Me encantaría“. Y Horacio lo recibió tan claro, tan sincero, tan honesto, como si por
primera vez en su vida le hubiera caído encima una lluvia de meteoritos llena de felici-
dad. Saboreó esta repentina experiencia y se permitió unos segundos de pausa antes
de preguntar cuándo y dónde debía recoger a Pilar. Se dieron la mano para despedirse.
Un abrazo no habría sido apropiado.
*
El lunes por la mañana, Horacio le entregó su prospecto a Mirta, la subdirectora: „La
feria ha sido muy interesante. Tengo aquí algunos documentos relacionados con los
vehículos de limpieza. Tendremos que hablar de ello en la reunión de directores de
división del miércoles.
Por favor, añádelo al orden del día“. Con eso, había terminado esta parte comercial
de su recuerdo de la semana pasada y podía reclinarse un momento en su silla, cerrar
los ojos y dedicar sus pensamientos a la parte mucho más agradable.
La velada con Pilar aún estaba fresca en su memoria. Por la tarde había bajado la tem-
peratura, el viento había girado hacia el sur y hacía fresco después del calor sofocante
y húmedo de los últimos días, así que no les apetecía sentarse fuera, pero había rin-
cones acogedores en el restaurante donde podían sentarse juntos sin ser molestados.
Pilar - pensó - estaba deslumbrante con su traje azul oscuro. Llevaba el pelo recogido,
pendientes brillantes y de nuevo el collar largo con el medallón... Tuvo la sensación
de que aquel día lo había hecho todo bien, no se arrepentía de ninguno de sus pasos,
de ninguno de sus pensamientos, estaba en paz consigo mismo y dispuesto a dejar
que todo llegara a él con paciencia.
„¿Has vuelto a echar un vistazo a los folletos?“, preguntó Pilar, abriendo el menú y
mirándole por encima del borde superior. De momento sólo podía verle los ojos y la
frente, pero había un brillo en su mirada que a él le pareció mucho más importante
que el tema que había abordado, así que contestó a modo de prueba: „Oh, sabes,
hoy me ha parecido más atractiva esta cita para cenar. Las máquinas tendrán que
esperar hasta la semana que viene. ¿Qué tal si dejamos los negocios un poco en
segundo plano y dejamos que nos sirvan por ahora?“.
Pilar bajó la tarjeta y se rió de él. No tuvo más remedio que devolverle aquel mara-
villoso gesto con la misma franqueza.
Horacio mantuvo los ojos cerrados. Qué día, qué mujer, pasó por su mente. ¿Cómo
era posible enamorarse tanto en pocas horas de una persona que ni siquiera cono-
cías, que sólo te había ofrecido su forma, su voz y un poco de cariño? Le habría
encantado levantarse, cancelar sus compromisos de la mañana, es más, de todo
el día, conducir hasta la estancia y sentarse en su caballo para pasar el resto de
la jornada al aire libre. Nunca se había encontrado en una situación semejante.
Nunca había experimentado ese nivel de emoción, y se estremeció al darse cuenta
de que, si hubiera seguido su impulso, habría cometido una verdadera falta de
respeto hacia la empresa.
Se levantó y se acercó al ventanal, lanzó una mirada indirecta al cañón de la calle
y se esforzó por volver su atención a las cosas que había que tratar en la empresa
el lunes por la mañana. Mirta entró en el despacho, lo vio de pie junto a la ventana
y empezó a disculparse, sobresaltada, porque tenía la impresión de que lo estaba
molestando. Pero él se dio la vuelta, sonrió pensativo y le explicó que no debía -
preocuparse por su bienestar. Sólo había estado pensando brevemente en lo que
era mejor hacer a continuación (aunque se guardó para sí lo que quería decir con
eso).
Citó en el calendario las citas previstas para el comienzo de la semana e inmedia-
tamente preguntó si el jefe del departamento financiero podía pasar unos minutos.
Horacio pensó que sería una buena idea para despejar su mente y aceptó, y así
cayó de golpe en su rutina diaria de trabajo, que al final no le dejó tiempo para
pensar en el gran acontecimiento de la semana anterior.
Carlos Teixeira era un veterano en la empresa y llevaba décadas al lado del padre
de Horacio cuando se trataba de dinero. Como jefe de contabilidad de la empresa,
vigilaba todo lo que causaba costes y prometía beneficios, y Horacio también con-
fiaba en la experiencia de Carlos.
Los tiempos parecían estar cambiando. Cada vez había más signos de incerti-
dumbre, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. La moneda nacio-
nal daba señales de debilidad y la inflación había alcanzado casi el quince por
ciento en los últimos doce meses. Las señales del ministerio de finanzas, con el
que Teixeira tenía conexiones fiables, ya no sonaban de confianza, sino de pre-
ocupación. por ello, tenía mucho interés en hablar de esta situación con Horacio
para sacar las conclusiones necesarias sobre las próximas inversiones.
Durante esta conversación, Horacio le preguntó casualmente si conocía a un tal
Gil Kémper, secretario de Estado del Ministerio de Economía. „Sí, claro“, respon-
dió. „Como delegado, Gil es uno de los funcionarios del gobierno que tiene un
escaño en la comisión económica y financiera del parlamento. Le conozco desde
hace muchos años y de vez en cuando nos vemos en reuniones no oficiales.
Es una persona que tiene una visión realmente profunda de los asuntos econó-
micos de nuestro país y está muy interesado en mantener, si no mejorar, lo que
hemos conseguido con nuestros socios comerciales internacionales. Pero parece
que las cosas no evolucionan como nos gustaría por el momento. El gobierno
se da cuenta de ello. - ¿Se ha reunido con él en algún sitio?“
„No“, respondió Horacio. „A él no, sino a su hermana. Nos vimos la semana pa-
sada en la feria de maquinaria de construcción, y en la conversación, ella hizo
ciertas sugerencias sobre el desarrollo económico y la devaluación de la moneda,
no muy confiadas, y mencionó que uno de sus hermanos estaba en el ministerio
de economía.“
„Sí, así es. Y cuando Gil arruga la frente, es en serio, muy en serio“, continuó
Teixeira.
El recuerdo de Horacio de la cena con Pilar amenazaba con desvanecerse en el
concierto de discusiones y reuniones en la empresa antes de lo que le hubiera
gustado. La crisis de gobierno se agravaba a un ritmo alarmante. Una vez más,
se avecinaba un cambio de gobierno. La única cuestión era hasta qué punto se
habían calentado los ánimos y cómo reaccionaría el pueblo ante otro cambio de
gobierno. Aún no estaba claro si prevalecerían las opiniones civiles o las militares,
y la incertidumbre provocó una contención económica, que podría tener un im-
pacto significativo en el comercio interior. Una vez más, era aconsejable prepa-
rarse para tiempos revueltos y centrar los intereses del grupo en el comercio
exterior, asegurándose al mismo tiempo de que la infraestructura nacional se
alterara lo menos posible para no sobrecargar el transporte al puerto y los
trámites aduaneros, ya que el grupo tenía que cumplir acuerdos a largo plazo
con clientes internacionales. Querían proteínas e hidratos de carbono.
*
Horacio se alegró de que su padre siguiera estando disponible en momentos
tan difíciles para poder aportar su experiencia y movilizar en cualquier momen-
to sus antiguas conexiones con socios comerciales y organismos gubernamen-
tales. Y Carlos Teixeira organizó una reunión en el ministerio de economía con
el fin de obtener valoraciones de primera mano y quizás también para hacer
una o dos sugerencias, al menos para expresar claramente los temores del
sector de cara al futuro. Esta visita dio lugar a un encuentro con Gil Kémper,
que al final llevó a Horacio a preguntar cómo le iba a su hermana.
„¿Conoces a Pilar?“, preguntó Gil asombrado.
„Sí. Tuve el placer de que me asesorara sobre maquinaria pesada el otro día
en la feria de maquinaria agrícola y de construcción“, explicó Horacio, “Y me
causó una impresión excepcionalmente competente. Como mujer en un
entorno laboral así, con todos mis respetos, eso rara vez ocurre”.
„Pili es un poco fuera de lo común“, dijo Gil con ligereza. „Ya de niña le inter-
esaban más los coches y los ferrocarriles que las muñecas y los caballos, y
no tenía ambiciones empresariales ni agrícolas. - No nos vemos muy a menu-
do porque no tenemos mucho en común profesionalmente. Pero en las reuni-
ones familiares siempre están todos.
„¿Podrías saludar a Pilar de mi parte en la próxima oportunidad?“ preguntó
Horacio, “Por lo que sé, hemos pedido una oferta a tu empresa porque ne-
cesitamos maquinaria pesada”.
„Con mucho gusto“, respondió Gil, “probablemente nos veamos el fin de se-
mana cuando nuestra mamá celebre su cumpleaños”.
*
continuará
© David P. Eiser
2025.2