ars-et-saliva
David P. Eiser
Zeitraffer
El Cerealísimo
En el centro de esta historia está: Pablo Horacio Álvarez, hijo, a quien en sus años mozos llamaban
Don Horacio con respeto más que con cariño la mayoría de la gente que le rodeaba, y a quien, a
puerta cerrada, sólo se referían como El Gordón los que no le querían tanto. Tuvo que aguantar el
título posterior de Cerealísimo porque, como patriarca de la empresa, dominaba el mercado de los
cereales en su país.
Era de estatura media, llegaba a un buen metro y setenta con el pelo peinado hacia arriba, pero ya
pesaba 90 kilos a mediados de los veinte, por lo que era una persona muy fuerte, y en su juventud
apenas había nadie que pudiera igualarle en cuanto a fuerza. Esto le permitía imponerse a los demás
en cada ocasión propicia, y sin largas discusiones.
Intelectualmente, por tanto, no necesitaba esforzarse mucho para ganarse el respeto a nivel verbal.
Su apariencia solía bastar para ganarse el respeto necesario por su opinión. Además, sabía defen-
derse de muchos ataques intelectuales con cierta astucia innata, pero en caso de emergencia tam-
bién utilizaba sus musculosos brazos, una voz muy penetrante cuando era necesario y ocasionales
arrebatos de ira, cuyo origen no siempre podía reconstruirse, de modo que al final todos los que le
rodeaban se sentían culpables de alguna manera.
Así pues, el principio de su posterior éxito en el poder se basó, por un lado, en la específica consti-
tución física, mental y espiritual del joven Álvarez y en la tradición de su casa y, por otro, en la volun-
tad de un grupo de grandes terratenientes, ricos empresarios y una serie de vasallos y «amigos»
de asegurarse el afecto del hombre más poderoso de la provincia sometiéndose a él o situandose
a su sombra para participar de su poder.
*
A lo largo de los últimos 110 años, su familia había logrado hacerse con una parte considerable
de las interminables extensiones fértiles de esta tierra situada entre los dos grandes ríos y sus
afluentes, de modo que, a pesar de las ocasionales inundaciones de extensas zonas, este clan
disponía de una fuente inagotable de cosechas agrícolas, especialmente de cultivos herbáceos,
de la más alta calidad. De ahí surgió el dinero, luego la influencia y después el poder.
El hábil manejo de la naturaleza allanó muchas cuentas pendientes, de modo que al final de cada
ejercicio económico el balance final no era nunca más que una fila entera de ceros después de una,
dos o tres cifras precedentes mayores que cero. todo en negro.
*
El niño pablo Horacio creció protegido y guiado y, al ser el único heredero varón entre tres her-
manos, también ocupaba una posición única tanto en la jerarquía de las rutinas diarias como
en la atención que debía prestarse a su existencia como «heredero al trono». Su madre, nodri-
zas y niñeras determinaron principalmente los primeros años des su desarrollo en la familia.
Tambien su padre - Horacio padre - jugó un papel formativo y siempre se ocupó personalmente
de familiarizarlo con situaciones peligrosas, dejándolo «chocar contra la pared» a intervalos irre-
gulares, de modo que sufrió golpes y lesiones menores, cuyas cicatrices fueron testigos de los
ejercicios de endurecimiento hasta la vejez y cuya existencia presentaba irreflexiva y orgullosa-
mente en cada oportunidad adecuada. Sin embargo, le pedía que por favor no se metiera en líos
por culpa de unos rasguños. Al fin y al cabo, eso formaba parte de la vida.
*
Pero el viejo también era lo bastante justo para mostrar a su hijo los trucos que había aprendido
a lo largo de su larga vida para reconocer a tiempo las situaciones peligrosas como tales.
«Cuando los demás aún están pensando, tú ya debes tener preparada la solución» era una de
sus frases habituales. Y -como si hubiera leído a Berthold Brecht- “Lo que no tienes, no lo por
perdido. Lo que no te dan, asegúrate de conseguirlo”.
Adoctrinado de este modo durante casi dos décadas y alejado de cualquier adorno cultural, sus
pensamientos, palabras y obras centrados en el rendimiento óptimo en el marco de su familia y
sus negocios, este joven mediocre se convirtió en un hacedor que nunca duró mucho tiempo
fuera de su familia y sus haciendas, de modo que todos los intentos de dar a su carácter un
poco más de lustre fracasaron.
*
Aunque Horacio creció en la capital de la provincia, aprendió a conocer y amar la vida del campo
desde muy pequeño porque su padre siempre lo llevaba con él cuando visitaba los potreros y las
tierras de cultivo y a la gente que trabajaba para él. El amplio horizonte, el cielo alto, el viento, la
lluvia y el sol le parecían transformados cuando habían atravesado en coche las interminables
hileras de casas y la tierra se extendía ante sus ojos como un mundo nuevo, diferente. Y cuanto
mayor era, más atractiva le parecía cada estancia fuera de la ciudad.
Al final, Horacio se había convertido en un hombre de campo de corazón, rehuyendo las ciudades,
que le parecían ruidosas, estrechas y sucias, y saboreaba cada día que tenía la libertad de montar
a caballo por las llanuras interminables. Nunca tuvo la ambición de abandonar algún día la tierra
de su familia para construir algo propio en otro lugar. Quería hacer lo que hizo su padre.
Sus estudios terminaron al cabo de nueve años. Después de eso, instó a su padre a que le permi-
tiera formarse en la empresa. Al mayor le habría encantado que su hijo hubiera aguantado y luego
hubiera ido a la universidad. Pero no había nada que hacer, Horacio suplicó y al final ganó.
Terminó un aprendizaje comercial y luego - oh maravilla - decidió asistir a la academia estatal de
agricultura y silvicultura durante otros dos años y medio, de la que se graduó con un diploma, que
no sólo sorprendió sino que alegró a su padre.
Sus antiguos amigos, que se volcaron en sus estudios y aprobaron un examen tras otro, fueron
incapaces de convencerle de que una educación en una universidad prestigiosa, unos estudios
amplios y una apertura a la diversidad de la vida fuera de su país también podían mejorar sus
posibilidades de encontrar una esposa adecuada, cuya influencia no contribuyera a reducir la
riqueza de la familia, pero que aportara lo suficiente por sí misma. -
Continuará
©
David P. Eiser
dic. 2024